En medio de la catástrofe invernal que afrontó el país al terminar el 2010, no se escuchó afortunadamente de ninguna tragedia en un centro educativo que costara la vida de maestros o estudiantes. Podría haber pasado, así que vale la pena preguntarse ¿en cuántas instituciones los alumnos, los docentes y los empleados sabrían cómo actuar, por dónde evacuar, en qué puntos concentrarse, cómo coordinar las comunicaciones a las partes interesadas?
De las crisis salen las oportunidades, pero no se pueden dejar pasar, y por eso este es el momento de revisar responsablemente el plan de emergencias de su institución.
Tan importante como la formación que van a recibir es qué tan seguros van a estar los alumnos en los planteles, así como para los transportadores escolares hay grandes exigencias, las plantas físicas y el personal de las entidades educativas deben estar preparados para garantizar el bienestar de todos ante una emergencia, ya sea por causas naturales o humanas.
El buen manejo de una emergencia en primer lugar protege la vida, pero además evita repercusiones jurídicas y en medios de comunicación que pueden poner en juego la imagen y continuidad de una institución educativa.
Mostrar capacidad de respuesta es estratégico de cara a los clientes (padres y alumnos) que reclaman la certeza de que todo está previsto. Tener un plan de emergencias vigente y operando requiere recursos, sí, pero menos de los que se creen. Lo que se necesita es compromiso gerencial, determinar responsables, poner en marcha un plan, hacer pruebas, simulacros y promover el desarrollo de cultura alrededor del tema, acciones que, aunque demandan tiempo, impactan en la capacidad de actuar debidamente frente a una emergencia.
Es en la academia donde más fácilmente se desarrollan hábitos de prevención y de manejo de situaciones de riesgo. Al ver un simulacro cada semestre o al evidenciar que cada semana se sale a la clase de educación física por la ruta de evacuación, los niños y jóvenes entienden que estar preparados y actuar ante la emergencia es natural.
Una buena idea para lograrlo es motivar a los propios estudiantes a actuar como brigadistas, inculcarles el interés y la responsabilidad de ayudar a sus compañeros y a cuidarse en caso de una emergencia. Mientras más temprano se comienza la formación en este aspecto, mayores son los logros que se obtienen, pues los niños tienen excelente disposición y aprenden con la práctica.
Si hay participación, si se divulgan los planes y acciones y si los grupos de trabajo realmente operan se logra un doble beneficio, por un lado se genera cultura y se educa para el presente y el futuro, y por otro se mantiene el plan vigente, evolucionando y se garantizan mejores resultados ante la emergencia.
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