Publicación para las empresas afiliadas del sector de la educación
No. 02 febrero de 2011
 
   

La supervivencia de las personas y de la institución

Los planes de emergencias que se guardan en los anaqueles de la rectoría bellamente empastados no sirven. Los miembros de una institución deben saber cómo actuar en caso de emergencias.

En medio de la catástrofe invernal que afrontó el país al terminar el 2010, no se escuchó afortunadamente de ninguna tragedia en un centro educativo que costara la vida de maestros o estudiantes. Podría haber pasado, así que vale la pena preguntarse ¿en cuántas instituciones los alumnos, los docentes y los empleados sabrían cómo actuar, por dónde evacuar, en qué puntos concentrarse, cómo coordinar las comunicaciones a las partes interesadas?

De las crisis salen las oportunidades, pero no se pueden dejar pasar, y por eso este es el momento de revisar responsablemente el plan de emergencias de su institución.

Tan importante como la formación que van a recibir es qué tan seguros van a estar los alumnos en los planteles, así como para los transportadores escolares hay grandes exigencias, las plantas físicas y el personal de las entidades educativas deben estar preparados para garantizar el bienestar de todos ante una emergencia, ya sea por causas naturales o humanas.

El buen manejo de una emergencia en primer lugar protege la vida, pero además evita repercusiones jurídicas y en medios de comunicación que pueden poner en juego la imagen y continuidad de una institución educativa.

Mostrar capacidad de respuesta es estratégico de cara a los clientes (padres y alumnos) que reclaman la certeza de que todo está previsto. Tener un plan de emergencias vigente y operando requiere recursos, sí, pero menos de los que se creen. Lo que se necesita es compromiso gerencial, determinar responsables, poner en marcha un plan, hacer pruebas, simulacros y promover el desarrollo de cultura alrededor del tema, acciones que, aunque demandan tiempo, impactan en la capacidad de actuar debidamente frente a una emergencia.

Es en la academia donde más fácilmente se desarrollan hábitos de prevención y de manejo de situaciones de riesgo. Al ver un simulacro cada semestre o al evidenciar que cada semana se sale a la clase de educación física por la ruta de evacuación, los niños y jóvenes entienden que estar preparados y actuar ante la emergencia es natural.

Una buena idea para lograrlo es motivar a los propios estudiantes a actuar como brigadistas, inculcarles el interés y la responsabilidad de ayudar a sus compañeros y a cuidarse en caso de una emergencia. Mientras más temprano se comienza la formación en este aspecto, mayores son los logros que se obtienen, pues los niños tienen excelente disposición y aprenden con la práctica.

Si hay participación, si se divulgan los planes y acciones y si los grupos de trabajo realmente operan se logra un doble beneficio, por un lado se genera cultura y se educa para el presente y el futuro, y por otro se mantiene el plan vigente, evolucionando y se garantizan mejores resultados ante la emergencia.